Primero empiezas despertándote día tras día pensando en el contraste que existe entre el sentirse completo y el estar, tras una etapa de plenitud, vacío. Comparas ambas sensaciones constantemente y te parece imposible adaptarte a tu estado actual. Llega un día en que sorprendentemente pero de forma inevitable, al despertar, ya no te parece una emoción ajena. Se transforma en una realidad, y esa sensación ya forma parte de ti. Cuando te acostumbras, el vacío no es tan malo. Lo peor de todo es que cabe la posibilidad de que cuando puedas volver a sentirte completa prefieras, indudablemente, la sensación de vacío. ¿Por qué? Por el terrible miedo a volver a pasar por la etapa de adaptación, a revivir ese sin-sentido, a afrontar de nuevo ese agotador proceso mental que tanto te ha costado asumir.
Se que llegará un momento en que seré de hierro. Entonces lloraremos todos.
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