Cuando vi esa pared roja tras de ti me acordé de todas las paredes de esa casa. Recordé, sobre todo, aquél rosáceo de las paredes de la cocina, bonitas y cálidas. Me hablaste de las flores naranjas del jardín y de la taza violeta que te dejé en el armario de la cocina antes de marcharme. ¿Te acordarás cada día de mi al desayunar? Me cantaste y no entendí nada y lo entendí todo. Me reí como hacía días que no lo hacía. Y ahora estoy bien, entera, sin agua salada en las mejillas. Sonrío y respiro con tranquilidad. ¿Hasta cuándo? Diosa dirá.
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