Oct 21, 2014

trust

He desorganizado toda la perspectiva. Ya no veo por dos ojos sino por cuatro. A lo largo de las mañanas me pregunto sin pausa qué hacer qué hacer qué hacer y luego paro. Llega un momento del día en el que el hemisferio norte me avisa diciéndome: -Ya vale por hoy. Casi nunca le hago caso y doy un par más de vueltas. Como cuando comes galletas de avena y dices sólo una. Sólo dos. Sólo siete. Y ya no hay galletas de avena. Me cuesta no ser extremista. Me cuesta el freno. Me cuesta infinito darme cuenta de algunas cosas y no me cuesta nada en absoluto percatarme de otras. De momento no me doy cuenta de esto. O no quiero. De lo único que me doy cuenta es del miedo. Qué hacer qué hacer qué hacer. Qué hacer cuando tiembla todo en el interior: el estómago, las vértebras, el trocito de alma puro que aún conservas. Qué hacer cuando todo a tu alrededor se vuelve menos nítido porque únicamente logras concentrar tu energía en un punto. Qué hacer cuando temes seguir corriendo. ¿Y si hay un muro? ¿Y qué si hay un muro? Me gusta el daño. 

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