Siempre me he comido todo lo malo. Ahora empiezo a comerme también lo bueno. Cuando ves que tus conversaciones son unidireccionales, que el interlocutor ideal que te habías inventado no existe, que no haces más que recitar monólogos llenos de sensaciones que necesitan ser completadas pero que acaban transformándose únicamente en tristes ondas sonoras, necesitas un cambio, o bien de interlocutor o bien de mecanismo. Opté por lo segundo porque soy consciente de que no hay interlocutor ideal, así que he decidido no decir nada de lo que me hierve en el estómago, obviarlo, tan solo pensarlo. Cansada de hablar sin oír, de decir sin escuchar. Cansada y triste. Ahora temo la explosión. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Con quién?
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